Evidentemente todo se paga.
Gratis, lo que se dice gratis no hay nada. De una forma o de otra. Pero todo
tiene un coste y un precio.
En el fondo, el precio es coste
para el comprador, y el coste siempre es renuncia.
El coste de comprar algo es la renuncia a disponer del dinero, del tiempo o
simplemente la renuncia a haber comprado otra cosa.
Hoy, con el boom del mundo
digital nos encontramos con dos líneas de pensamiento.
La primera defiende que los
contenidos deben ser gratis, que una vez producida la obra inicial y ya que la
“replicación” de la misma no cuesta prácticamente nada, las copias y la
difusión deben ser gratuitas.
La segunda defiende todo lo
contario. Los usuarios de los contenidos deben pagar por “disfrutar” de los
mismos. Hay que defender los derechos de que los autores se puedan
beneficiar de su creación.
Son dos
modelos enfrentados. El del “todo gratis” y el del “el autor tiene que cobrar”.
El que
defiende que el valor lo aporta la distribución y que los creadores deben
buscar nuevos modelos de negocio que se apalanquen precisamente en la difusión
que han obtenido y el que argumenta que es más difícil y complicado crear que
distribuir.
La reflexión
ha venido después de leer dos libros. Uno a favor de una tesis y el otro a
favor de la contraria.
Se trata de “Parásitos. Cómo los
oportunistas digitales están destruyendo el negocio de la cultura” de Robert Levine y “Gratis.
El futuro de un precio radical” de Chris Anderson. Cuando leo uno me convence
y cuando leo el otro también. En algún lugar hay “trampa” porque parece
imposible que los dos tengan razón. ¿O no?
Os
recomiendo su lectura