Más de la mitad de las empresas españolas están invirtiendo
menos en la formación de sus empleados .
Si. Es verdad. Existen datos que lo confirman.
Y me pregunto. ¿Cómo puede ser? ¿Qué es lo que está pasando
para que en un mundo que cambia a velocidad de vértigo, donde las habilidades
adquiridas hoy dejan de ser útiles mañana mismo porque la tecnología ha pasado
por encima de ellas, resulte que las empresas estén invirtiendo menos en
formación y dándole la espalda al futuro?
Pues resulta que coexisten dos circunstancias que en la
actualidad se conjugan entre ellas y el resultado de su suma es un desastre.
La primera realidad es digamos que por suerte de carácter
circunstancial. Se trata de la crisis. De una crisis que significa menos venta
para la mayoría de las empresas, menos venta que equivale a peores resultados y
peores resultados que significan comprometer el futuro de la empresa si no se
resuelven a tiempo. La mejor forma de hacerlo es obvia, aumentando la
productividad y como la empresa está vendiendo menos, más lógico imposible, lo
más prudente será gastar menos. Hasta
aquí totalmente de acuerdo. Pero siempre que el recorte sea inteligente,
siempre que se trate de ahorrar en actividades que no comprometan el futuro de
la empresa. Ahorrar en consumo energético o racionalizar el gasto en viajes o
en mensajería son buenas ideas, pero no
lo son en cambio las reducciones de plantilla hasta mínimos insostenibles o
sobre todo y de esto quiero hablar, de dejar de invertir en la formación de los
empleados. Lo primero, la reducción estructural por debajo del mínimo es una
mala solución porque el aumento de productividad obtenido será ficticio y lo
segundo, también será una mala solución porque es destruir el futuro de la
empresa.
Posiblemente hemos sufrido y estamos viviendo todavía una
crisis de una gran profundidad. Totalmente de acuerdo también. Pero por suerte
y como decía al principio la crisis es circunstancial, pasará. La que es grave
es la segunda realidad. Es grave porque es una realidad digamos que cultural y
que por sí sola no es responsable del descenso en la inversión en formación,
pero genera un conflicto que unido a los efectos de la crisis deriva en una
situación que como decía al principio es la antesala del desastre.
Es posible que existan demasiadas empresas que contemplan la
formación como un gasto en lugar de una inversión. Grave error porque si es así, la formación
estaría en una parte del presupuesto candidata a ser reducida a la mínima
ocasión. Cuando la formación es una inversión tiene rango de de estratégica,
pero si es gasto, puede ser de los más fáciles de eliminar.
Esta visión ha hecho que existan empresas que han llegado a tratar
la formación como lo que no es. La formación de los empleados no es una herramienta
de paz social, ni una parte compensatoria del salario de los trabajadores ni
tampoco un peaje que impone la legislación laboral.
La formación es el verdadero motor de la productividad, es
el futuro de la empresa. Personal bien formado será personal más productivo. No
es un gasto, es una inversión y lo es con todos sus derechos y obligaciones. Es
una inversión en bienes intangibles cuyos resultados deben ser medidos y cuya tasa
de retorno debe ser medida y prevista.
La formación debe tener objetivos ajustados a las
necesidades de la empresa. Todo debe pasar por plantear previamente criterios
de eficiencia en la consecución de los objetivos. No vale el menor coste como
criterio de elección, los criterios que de verdad son válidos son la
aplicabilidad y el rendimiento posterior. Es así cuando la formación se
convertirá en generadora de productividad
La crisis pasará, pero la visión que algunas empresas tienen
de la formación deberá cambiar. Reescribiendo una sentencia que Henry Ford, el
de los coches, aplicó a la inversión en publicidad me atrevo a asegurar que “aquel
que deja de invertir en formación para ahorrar dinero es como si parara el
reloj para ahorrar tiempo”.
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